Mummmmmmm, galletas, galletas, galletas... Mi placer y mi tormento. Ay, que soy adicta a morder galletas; digo a morder, porque confieso que no las saboreo, no, no puedo; literalmente engullo. Pero ¿por qué no las aborrezco?, de tanto morder galletas, tengo cara de campurriana. No lo puedo evitar, sé que están en ese armario dichoso que me llama, en esa caja tan bonita que me dice ven, dentro de ese plástico tan ruidoso que, todo hay que decirlo, a veces me impide alcanzar mi tan deseada galleta. Quizás, la solución es cambiar el sitio, cambiar la caja, hacer más ruidoso (si cabe) el envoltorio... Pero de momento, no tengo clara la cura de este "mal"; así que a partir de ahora mi lema será: si no puedes contra ellas, cometelas...